Todo estaba para tener una noche de buen teatro: Un grupo de gran cartel con una inigualable artista de TV; una obra – A 2.50 la cuba libre – que según la prensa capitalina era de gran factura; un despliegue publicitario patrocinado por varias firmas de la ciudad, entre ellas la tarjeta Intelecto de El Colombiano y que mejor lugar que el Centro Comercial El Tesoro de Medellín, a donde se acude con confianza por su categoría. Y hasta había cesado la lluvia.Pero múltiples sucesos demostrativos de la improvisación y del afán de recaudar dinero, ocasionaron el resultado contrario: Habían avisado que las puertas se abrían a las 7:30p.m, y lo hicieron media hora antes; un piso más arriba del recinto, había una flecha que indicaba la dirección de este en sentido contrario; una fila donde nadie tutelaba el orden y algunas personas se metían en ella y en vez de tener personal de seguridad aparecían personas ofreciendo por el pago de más dinero un puesto adelante. En la puerta de entrada, quien recibía la boleta, dejaba pasar adelante a aquellas personas que los “vende puestos”, señalaban; la presencia de una persona con chaleco distintivo del municipio de Medellín, totalmente pasiva y despreocupada; al primer paso dentro del local, había un auto en exhibición, que eventualmente es un estorbo para la salida en caso de emergencia, un grave error de seguridad.
Ya dentro del recinto, se podía observar que era un mero local rectangular acondicionado para la ocasión, más no para obras de teatro, con los reflectores de luces en improvisados andamios y las puertas de emergencia, con candados y sellos del municipio, que luego fueron retirados por sugerencia de unos espectadores y de un mesero a unos señores de seguridad que pasaron por allí.
Como para el desarrollo de la obra se necesitaba ambientar un cabaret, las boletas se vendieron, cual concierto de masas y vaya sorpresa que causaba ver las mesas ya ocupadas y sin sillas para todos los asistentes. Habían vendido sobrecupo, y los meseros que atendían disponían de un talonario para tomar el pedido de las bebidas y licores (y que precios!!!), colocaban las viandas y botellas en el suelo y en su afán de reclamar el dinero, sin más, servían el hielo con las manos y no daban factura (que suerte! no estaba el doctor Ortega de la DIAN) y nos quedábamos sin saber si los precios eran con IVA o sin IVA (verdad: ¿Quién debería de ser el responsable del recaudo? ¿El del bar?, ¿el centro comercial? ¿O el grupo de teatro?) Y para ajustar la desorganización, el público trato de acomodarse lo mejor posible y movió las mesas a su antojo, si dejar las calles debidas, no solo por seguridad en estos casos, sino como los artistas lo habían solicitado.
En esta situación el público en general muy culto y educado, aplaudía para el inicio del espectáculo, y ello no se daba. Ya con el sobrecupo notado por los presentes, la sensación era de estar en cualquier teatro de pueblo, en medio de incomodidades e improvisaciones y a la espera de llegada de los artistas desde la capital a la provincia.
La famosa actriz directora del grupo, tomó el micrófono (40 minutos después de la hora señalada para el inicio) para pedir excusas, no por la llegada tarde, sino por el sobrecupo, que según sus propias palabras, en manos de ella, no hubiera ocurrido.
Un público entusiasmado por la expectativa de la obra y angustiado por la espera (en total 55 minutos) con resignación vio pasar ante sus ojos un espectáculo sin trama, sin hilo conductor, sin interés, sin calidad, con diálogos planos expresados a gritos y respaldos de un sinfín de palabras procaces sin sentido. Y muchos nos preguntábamos ¿dónde estaba esa gran actriz de telenovelas y dónde estaba la calidad que dice la prensa capitalina sobre la obra? mientras otros iban saliendo desde la media hora, pues ya sabían que luego del espectáculo de la desorganización, no quedaba otro.
Y esa noche que presagiaba una noche de buen teatro, quedo convertida en una baratija de El Tesoro.
Efrén Barrera Restrepo, Ph.D.
Gerencia Pública & Marketing