Esta semana se conoció la noticia de la suspensión de “Las fiestas del Mar “en Santa Marta para poder hacer un análisis de ellas. Mientras se buscan nuevas alternativas para que ellas sean incluyentes, culturales y transmisoras de los valores auténticos de la cultura samaria, se ha programado un concierto bajo la dirección de su hijo predilecto Carlos Vives.
Es verdad que suena atractivo ese interregno para que en el futuro se tengan unas fiestas más auténticas y populares. Es una verdad de a puño, que este tipo de fiestas que son comunes en la inmensa mayoría de los municipios de Colombia, sólo cuando optan por formas organizativas no exclusivamente estatales (asociaciones, sociedades, fundaciones o corporaciones, por ejemplo) es que se logra tener una continuidad importante en el mejoramiento de las programaciones anuales, como ya se ha demostrado en otras ciudades como Barranquilla y su Carnaval; Cartagena y su Reinado Nacional, o Valledupar y su Leyenda Vallenata, que dicho sea de paso, le ha dejado a esta ciudad unos escenarios para espectáculos públicos masivos, que se los soñaría Bogotá y Medellín, por ejemplo; además de la gran experiencia desplegada para hacer del folclor vallenato unas fiestas abiertas, populares y gratuitas en la mayoría de los espectáculos, sin que se afecten otras iniciativas privadas de eventos de alta calidad y novedad.
Que este tipo de fiestas populares dependan de la voluntad política del gobernante de turno, es un gran obstáculo para que se mantengan vivos los intereses de conservar las herencias culturales de los antepasados y además los presupuestos públicos no se encuentran usualmente holgados para entrar a apoyar de forma total y decidida una programación popular e incluyente, que en última instancia significa tener espectáculos y eventos gratuitos o al menos asequibles para la mayoría de la población. A lo que es necesario agregar el gran esfuerzo que el gobierno y las autoridades anfitrionas tienen que desplegar en materia de asistencia social, de salud, de seguridad y de prevención de riesgos y desastres o calamidades que demandan tanto la población nativa como la visitante en tales casos.
Santa Marta como ciudad madre por su antigüedad, merece mejor suerte en su manejo administrativo y de gobierno. Tiene unos dones naturales que la hacen una bahía única en el mundo por su especial microclima; posee las características más elevadas como centro antropológico con su población de la Sierra Nevada; su largo y ondulado litoral adornado de multitud de pequeñas radas, le permite poseer hermosas playas populosas, pero a su vez algunas todavía silvestres y otras con poca afluencia, que permiten un descanso único acompañado de las diferentes temperaturas de sus aguas marinas, que se comportan serenas en una gran extensión costera, pero que también las hay de encrespadas olas como en el atractivo parque Tayrona. Todavía se puede comer delicioso pescado y demás mariscos frescos, atrapados en la faena diaria de los pescadores que aún quedan y que todos los días, no sólo luchan en las profundidades y corrientes de las aguas marinas para conseguir su sustento diario, sino que desde que se han incrementado los intereses de las multinacionales por los minerales regionales, tienen que soportar de manera estoica y demasiado paciente la incertidumbre de la existencia de los frutos del mar porque los derrames de petróleo y las partículas y polvillos del carbón están afectando la fauna marina.
La población en general, presuntamente no ha recibido de manera directa los beneficios de esas regalías que tanto se predican. Como tampoco han sentido las maravillas que se plantean desde los programas de la responsabilidad social empresarial tanto de las multinacionales de los minerales como de las industrias del turismo. Y sin embargo la situación económica, sería peor sin su presencia.
El centro de la ciudad se ha remodelado y refaccionado en una parte, que se disfruta en sus pocos metros de pasillos peatonales con sus escasos y modernos establecimientos de bebidas y comidas que han quedado estupendos, como debiera de ser en su totalidad. Pero falta más disposición gubernamental y entusiasmo privado para rescatar su hermosa arquitectura caribeña y de tipo habanera, oculta por el descuido ornamental y la falta de mobiliario urbano, tan importante para atraer el turismo internacional; que es muy esquivo a las basuras y la presencia de aguas negras en las calles. Así como también hacen falta atracciones comerciales, culturales, de entretenimiento y de ocio para complementar la oferta turística de playa y motivar las paradas de los cruceros.
Ahora que está en boga en el país el marketing territorial y de ciudades, es la oportunidad de realizar un plan de marketing y de marca de ciudad, alrededor del turismo, donde se programe un desarrollo económico en comunidad con la población y respetando sus tradiciones y practicas ancestrales, en armonía con la naturaleza e incrementar la vocación turística, acrecentando el capital social que la población ha adquirido en esta actividad. Pero esto requiere además de la voluntad política, la decisión gubernamental en un consenso de todas las fuerzas vivas de la ciudad en la creación de nuevas formas organizativas del turismo, cuyo apoyo y dedicación no puede seguir dependiendo del interés individual del gobernante que es cambiado cada cuatro años, ni de los contratistas anuales que fungen como funcionarios, ni de las actividades de grupos cerrados empresarios e inversionistas en solitario sin la participación de la población, ni mucho menos de las relaciones sociales patrimoniales y clientelares entre gobernantes y gobernados; ya que se trata de una actividad económica que es básica y fundamental para el sustento de la inmensa mayoría de los samarios.
El caso de las nuevas fiestas del mar, como una exposición de la cultura samaria en relación con sus ancestros y cuidado de sus valores, debería estar enmarcado en el plano más amplio del desarrollo turístico con la participación viva y activa de la población, con sello propio, basado en contenidos de la autenticidad antropológica y social de la región, evitando caer en una simple manifestación de la industria del entretenimiento, que usualmente sólo llena los bolsillos de algunos empresarios, que usando la ciudad como marca se financian con los patrocinios, sin dejar beneficios económicos ni sociales para la población en general y a veces, sin pagar los impuestos considerados como el aporte estatal a las fiestas.
Efrén Barrera Restrepo, Ph.D.
Gerencia Pública & Marketing