Es común escuchar a profesionales hablar del impacto del proyecto, de la política pública, del programa social, de tal cual o cual acción del gobierno e inmediatamente mencionan el impacto, como una sumatoria de hechos o una cuenta numérica de la presencia de personas a un evento, asistencia a una reunión, entradas a un curso, personas vacunadas, cantidad de niños que reciben un refrigerio y otros tantos casos, que no reflejan el verdadera medida del impacto de la evaluación de los proyectos y programas o políticas públicas. Y ello puede ocurrir porque una verdadera medición del impacto requiere una metodología, un tiempo y casi siempre un dinero; elementos que a veces no están en la mente del proyectista o el responsable de la política pública y entonces lanzan a la opinión pública, solo cifras y cifras que más parecen a” cuentas de mercado”, que serias evaluaciones y medidas de las acciones, objetivos, resultados y cambios generados por los proyectos o las políticas públicas.
La medición del impacto está dentro de la evaluación ex –post, etapa ésta, que acompaña a la de preparación (identificación-formulación) y de implementación (ejecución-seguimiento) del ciclo del proyecto, que entre otras observaciones, son muy similares a la del ciclo de la política pública. Evaluar conlleva a presentar resultados, pero para saber cuáles son los adecuados, debemos recurrir a los objetivos fijados para el proyecto o la política pública y con base en ellos construir las mediciones de los resultados. Es claro que los resultados deben de estar dentro de la valoración de la eficiencia, la eficacia y la economía que se desarrollaron en la gestión integral de los proyectos o de las políticas públicas y por ellos la expresión de los resultados no deben de estar aislados de la preintencionalidad dada en los objetivos. Y si no se hace así, con esta conformidad dada por los objetivos trazados es cuando aparecen como resultados listados de datos, cifras y apreciaciones, que aunque las presenten bajo la forma de indicadores o de declaraciones entrecomillas porque se han extraído de informes etnográficos, no dejan de ser que simple acumulación de información sobre el proyecto, pero no va al asunto clave, los objetivos.
Pero aun sorteando esas condiciones para los resultados generales del proyecto o de la política pública, el avance de la evaluación en los últimos años como medida de éxito ha superado las mediciones de eficiencia, de eficacia y de economía y también de la calidad, para hacer énfasis en la medición del impacto; que no es más que medir el cambio de las condiciones encontradas al inicio del proyecto o de la fijación de la política pública; es medir la transformación de ese fenómeno que se ha querido atacar o morigerar con el proyecto o que se ha elegido como problema cuando se diseñó la política pública; es ver como en el problema o la necesidad social que se quiere remediar ha pasado de positivo a negativo, de negro a blanco o mejor ver: ve si ello no está pasando “de castaño a oscuro”. Medir el grado (tener un gradiente, es lo óptimo) que nos ilustre como esa transformación, ese cambio y sus consecuencias (positivas y negativas). Y valga aclarar, que debemos aquí admitir la presencia del “serendipity”: algunas veces los programas, proyectos o políticas públicas producen efectos inesperados independientes de las previsiones y objetivos de los interesados y patrocinadores de ellos; más si están involucradas causas sociales como suele suceder con los de temas de seguridad y de prevención del crimen.
La acertada valoración del impacto por ser de la esfera de la evaluación ex -post depende mucho de la medición ex –antes; porque la existencia de mediciones antes de iniciar el proyecto o la política pública, como debe de ser y que cómo se debió hacer para poder plantear adecuadamente el problema o diferenciar la necesidad sentida; es base fundamental para hacer la comparación. Medir es comparar; este punto es siempre muy flojo en la inmensa mayoría de los programas, proyectos y políticas públicas; y por eso si no hay medidas del “ayer o del hoy”, cualquier dato, cifra o información de los resultados que se diga en el día de mañana, puede ser tomado como positivo: he aquí la demagogia de la presentación de resultados de los programas de gobierno o las mal llamadas rendición de cuentas de los ejecutivos públicos (gobernantes y los rectores de las universidades), que siempre son positivas.
En la evaluación del impacto es conveniente desarrollar procesos de participación de los directos implicados y sus beneficiarios indirectos, como de los patrocinadores de los programas, proyectos o políticas públicas, a fin de ir encausando el análisis de los resultados a los objetivos propuestos y el cambio esperado (el impacto) en la comunidad en general, por las acciones emprendidas; así como también la intervención de agentes internos como externos.
Y para cerrar este tema debemos reconocer una de las dificultades para medir el impacto y la más olvidada, es la que se refiere al tiempo “de reposo” de la intervención, que se debe de dejar como “proceso de maduración” del objeto del proyecto o de la política pública para poder aflorar resultados; es decir el tiempo adecuado para recoger la cosecha de la siembra. Como ejemplo clásico de esta condición está el trabajo “INAP y la formación de las Elites Burocráticas Públicas de Iberoamérica”, donde se muestran con una metodología cuantitativa los resultados de una política pública de cooperación de España con los países Iberoamericanos a través de la formación de cuadros directivos durante más de 25 años.
Efrén Barrera Restrepo, Ph.D.
Gerencia Pública & Marketing